Un becario ha sido siempre una persona que ostentaba una beca estatal o privada, pero el término se ha visto sujeto a variaciones y hoy en día, los becarios suelen ser los estudiantes que comienza a tomar contacto con las empresas, tanto públicas como privadas, y realizan prácticas, en ocasiones remuneradas y en otras no.
El problema de la cuestión se halla a la hora de plantearse el peso que dichas empresas ponen en manos de los considerados “proyecto de trabajadores”.
En una época difícil, en la que no se escuchan otras palabras que no sean crisis y desempleo, es muy tentador el recurrir a los becarios, ponerles a trabajar horas y horas cobrando una miseria. Pero claro, encima hay que verlo como que el favor se lo hace la empresa a los jóvenes, ya que les están abriendo las puertas de un medio como si se tratase de los portones del cielo, realmente ¿quién hace el favor a quién?
Muchas son las empresas que han aprovechado para despedir a empleados fijos y suplir sus puestos con un becario tras otro, los cuales llegan con un contrato de tres meses, seis en el mejor de los casos, bajo el brazo. Una fórmula barata para mantener la productividad y gastar menos en el capital humano.
¿Dónde van a parar esos “casi trabajadores” al finalizar su fugaz contrato? Se convierten en un papel, que se mete en una carpeta, que se guarda en un cajón y que se pierde en el olvido. Un aviso para las empresas: los becarios en algún momento terminarán sus estudios y se sumarán a la larga lista de periodistas, publicistas, redactores, entre otros, que buscan un trabajo fijo. ¡De ilusión también se vive, aunque no pague facturas!